Seguro que has notado que las palabras «meditación» y mindfulness están de moda, pero es normal que al empezar a meditar nos sintamos perdidos o no sepamos qué hacer. Tranquil@: el camino tiene sus obstáculos pero los beneficios merecen la pena.
Meditar es fácil si eres paciente
Uno de los grandes errores que cometemos al empezar a meditar es obsesionarnos con los resultados: quizá pensamos que podemos alcanzar el estado de mindfulness –conciencia plena– en las primeras sesiones, o nos enfadamos con el cerebro por pensar demasiado en vez de dejar fluir la actividad de la mente sin juzgarla.
Ramesh Manocha, en su libro Silence Your Mind, identifica cuatro «niveles» o fases en el trabajo de la meditación:
- La contemplación consiste en pararse a pensar en cosas importantes y centrar la atención en pensamientos profundos, rechazando el «ruido» de los pensamientos superficiales (por ejemplo, evitamos pensar en la lista de la compra o en el trabajo y nos concentramos en nuestra respiración).
- Como consecuencia de la contemplación, que exige quietud y tranquilidad general, se alcanza un estado de relajación a nivel muscular y de todo el cuerpo. Se eliminan así tensiones derivadas del estrés del trabajo y de la rutina.
- El estado de conciencia plena o mindfulness se alcanza cuando somos capaces de reconocer el torrente de pensamientos que atraviesa nuestra mente sin dejarnos influenciar por ellos. En cierto modo equivale a «tomar distancia», como si pudiéramos observar un tren de pensamientos pasar por delante de nuestros ojos sin que ninguno permanezca o nos afecte.
- El último estado, de silencio mental, es el que el autor considera como auténtica meditación (aunque esta cuestión es discutible, ya que muchas personas trabajan para obtener el estado de mindfulness en sus meditaciones; hay muchas técnicas y muchas corrientes en la meditación).
Siéntate en una posición cómoda, que te permita mantener la espalda erguida sin demasiado esfuerzo. Asegúrate de haber creado un ambiente de silencio y tranquilidad, cierra los ojos, relaja el cuerpo y déjate llevar por el ritmo de tu respiración, sin pensar en nada más. Cuando te «ataquen» otros pensamientos, no te obsesiones ni te enfades con tu mente: simplemente déjalos pasar y vuelve a reubicar tu atención en la respiración.
Es probable que en las primeras sesiones te quedes en el paso 2, pero eso ya es un triunfo: ¿acaso no supone una gran victoria haberte sentado en un lugar tranquilo, haber dedicado un tiempo a tu propio bienestar y haber liberado al cuerpo de las tensiones musculares del estrés?
Sé paciente: con la práctica y la perseverancia aprenderás a pasar cada vez ratos más largos en silencio mental o en estado de mindfulness, y notarás los beneficios en tu día a día: acumularás menos tensión, mantendrás el control ante situaciones difíciles y mejorarás tu capacidad de concentración para realizar tus tareas cotidianas.
Merece la pena, ¿no crees? 🙂 ¡Anímate y empieza a meditar!
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